Fénix

Entrada escrita por mi buen amigo -y escritor- Alejandro Barrero.
Al final de la entrada encontraréis enlaces a temas relacionados con sus novelas.
Nadie mejor que él para escribir en El rincón de los otros.

El fuego.

Desde hace siglos considerado como el elemento purificador por excelencia, el fuego también representa la pasión, la ira, la exaltación. Pero quedémonos con la purificación, con la desinfección, con la ablución.

Las cenizas.

Consideradas la mínima expresión de algo. Lo volátil. Lo efímero. La vuelta a la tierra. El final. Por algunos, el principio del final para el nuevo comienzo. Las cenizas es lo que queda cuando algo arde. Es lo que queda donde ya no queda nada. Y si la nada es la soledad, las cenizas son su profeta.

El fénix.

En muchas culturas del Este y del Sur se creía en una enorme ave de fuego. Ésta no era famosa, sin embargo, por tener sus plumas constantemente envueltas en llamas, sino por algo mucho más llamativo: era un ser que se inmolaba al morir para resurgir de sus propias cenizas. Renacimiento. Fuego después del fuego. La llama eterna.

Todos fuimos fuego. Todos seremos ceniza. Algunos ya somos ceniza. Como esas cenizas que quedan en una pipa de espuma de mar después de fumar. Somos ceniza porque quisimos arder demasiado fuerte. Somos ceniza porque quisimos arder demasiado rápido. Somos ceniza porque  con apenas veinte otoños ardimos con la fuerza de cien mil infiernos y con la intensidad de un corazón, ahora roto, desgarrado y en ocasiones prostituido.

¿Qué queda para las cenizas? ¿Cuál es el papel de las cenizas? ¿Pasar desapercibidas? ¿Volver a la tierra? ¿Ser el quemado recuerdo de la llama del pasado? NO. No, no y no otra vez. Las cenizas sólo tienen un único cometido: las cenizas están hechas para VOLAR.

Y en el vuelo mezclarse con la arena del mar y con los aires del Sur. Hacerse uno con los huracanes y empaparse de las nevadas que arrecian las montañas. Crecer. En ese vuelo lo importante es crecer; es mirar todo desde las alturas con un nuevo ángulo; es sentir que también ser aire da fuerza.

¿Pero a dónde conduce este vuelo? Este vuelo sin rumbo aparente, donde lo importante es simplemente volar, tiene, sin embargo, un destino. No todos los vuelos duran para siempre. Algunos lo hacen más y otros lo hacen menos, pero todos, tarde o temprano, acaban por posarse. Y al aterrizar, nuevamente seremos ceniza, seremos tierra. Nuevamente seremos nada. Seremos soledad.

Pero ahora ésta nada ya no es solamente ceniza. Esta nada es ahora caliente como el aire del Sur y fría como la nieve que arrecia las montañas. Esta nada está ahora curtida con la arena del mar y suavizada al arrullar de los huracanes. Esta nada ha volado y se ha convertido en un todo.

Es el momento. Es ahora. Es ya. ¿No se siente en el aire? Esa nada que ahora es un todo se agita nuevamente. Se contorsiona, se pliega y se estira… Y finalmente arde. Arde nuevamente. Sus alas de fuego vuelven a quemar con la fuerza de cien mil infernos y su pico de oro brilla nuevamente con la intensidad de un corazón, menos roto y menos desgarrado.

Pero si alguien se fija con atención, verá que algo nuevo chispea en sus ojos de plata. Algo que augura un prolongado arder. Pues ahora ése fénix ya no arde por nada, sino por todo. Porque a veces es necesario ser primero cenizas para luego poder arder y brillar hasta herir los ojos.

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Por cierto, Alejandro Barrero fue coprotagonista de una entrada bajo el sobrenombre de Barrerus.

Alejandro Barrero Santiago
Alejandro Barrero.

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